Contemplemos al Crucificado
El rincón del director
P. Luis Fernando de Prada
Seguimos caminando a través del desierto cuaresmal hacia la Tierra Prometida del Cielo, anticipada en la Pascua de Resurrección. Cada día que pasa es un día menos para nuestro encuentro final con el Señor tras la muerte. Pero ¿está siendo también un paso más en nuestra unión con Él, en la santidad? En efecto, dado que la santidad es la forma de ser divina -solo Dios es Santo-, nuestra santificación consiste en unirnos con Él; o mejor, en dejarnos hacer, deshacer y rehacer, para que el Espíritu Santo pueda arrancar de nosotros el corazón de piedra y darnos un corazón de carne, como el de Cristo.
Es el proceso de la conversión, tarea de toda la vida, que describe así el Catecismo de la Iglesia Católica:
1431 La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron animi cruciatus (aflicción del espíritu), compunctio cordis (arrepentimiento del corazón).
El propio Catecismo nos da más detalles:
1432 El corazón del hombre es torpe y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (cf Ez 36,26-27). La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a Él nuestros corazones: «Conviértenos, Señor, y nos convertiremos» (Lm 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron (cf Jn 19,37; Za 12,10).
“Tengamos los ojos fijos en la sangre de Cristo y comprendamos cuán preciosa es a su Padre, porque, habiendo sido derramada para nuestra salvación, ha conseguido para el mundo entero la gracia del arrepentimiento” (San Clemente Romano).
Vemos, pues, que no se trata solo de un cambio exterior de conducta, sino de una transformación radical de toda la personalidad del hombre, desde lo más íntimo de su corazón, mentalidad, afectos, proyectos…: pensar, sentir y obrar al modo de Cristo. Una transformación que no podemos lograr por nosotros mismos, sino que “es primeramente una obra de la gracia”, que hay que pedir al Señor; y en cuanto a nuestra colaboración con esa gracia, la Iglesia nos enseña que el corazón “se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron”.
Ese es el camino de la conversión cristiana. No el de una introspección perfeccionista o autorreferencial, sino el de la mirada contemplativa y amorosa al Redentor, con “los ojos fijos en la sangre de Cristo”. Por ello, en estas semanas cuaresmales intensificamos los espacios que nos ayudan a contemplar el Rostro del Crucificado (ejercicios espirituales, charlas, oraciones, viacrucis…), a compartir su dolor, y a saciar su sed en la Eucaristía y en la caridad con los hermanos más necesitados.
Es, en definitiva, la conversión que hizo de Saulo, el perseguidor, el gran apóstol Pablo, que pudo escribir:
“… no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).
Radio María nació con este carisma, como un sencillo instrumento en manos del Señor y de su Madre del que Ellos se puedan servir para llamar a la conversión al hombre contemporáneo. Una preciosa tarea que va realizando en España ya más de 25 años, como una Radio que cambia vidas.
¡Que el final de esta Cuaresma, la Semana Santa y la Pascua, sean un paso más en la conversión y cambio de nuestras vidas!
Con mi bendición,
La voz del director
P. Luis Fernando de Prada