Llamados a la santidad

“Ni ojo vio, ni oído oyó, ni cabe en corazón humano...”

La voz del director

Por:
P. Luis Fernando de Prada
02-11-2022

El mes de noviembre comienza con la solemnidad de Todos los Santos y la Conmemoración de los fieles difuntos, dos celebraciones que nos recuerdan que todos tenemos un destino eterno. Un destino que no es automático ni indiferenciado, sino que depende de nuestra respuesta a la invitación del Señor a la unión personal con Él.

Para hacer posible esa unión, el Hijo eterno de Dios ha entrado en nuestro mundo haciéndose hombre, de manera que, a través de la humanidad de Jesús, Camino, Verdad y Vida, podamos llegar a la Trinidad: “quien me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9).

El plan de Dios es que esa unión se realice a través del amor, una realidad misteriosa que de dos hace uno en el afecto; unión interpersonal íntima, que respeta la identidad de cada uno. Así lo explicaba Benedicto XVI en Deus Caritas Est:

«… se da ciertamente una unificación del hombre con Dios -sueño originario del hombre-, pero esta unificación no es un fundirse juntos, un hundirse en el océano anónimo de lo Divino; es una unidad que crea amor, en la que ambos -Dios y el hombre- siguen siendo ellos mismos y, sin embargo, se convierten en una sola cosa: “El que se une al Señor, es un espíritu con él”, dice san Pablo (1 Co 6,17)» (DCE, 10).

Sí, el Señor, como Esposo enamorado, invita a cada ser humano a unirse con Él; ahora bien, el amor implica la libertad, con la que el hombre puede dar una respuesta tibia, o incluso rechazar totalmente la amistad con Dios, hasta la trágica posibilidad de la “autoexclusión definitiva de la comunión con Dios” (Catecismo, 1033). Por el contrario, con la gracia divina, todos estamos llamados a “la perfecta unión con Cristo o santidad” (Lumen Gentium, 50).

El Papa Francisco nos recordó hace algunos años que esa santidad no es algo reservado a algunos privilegiados, sino que «el Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios», y añadía: «Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad “de la puerta de al lado”, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, “la clase media de la santidad”» (Gaudete et Exultate, 6-7).

También nosotros constatamos día a día la existencia de esa santidad oculta en la gran familia de oyentes y bienhechores de Radio María, cuyas ondas quieren contribuir a extender la llamada a la plenitud de la vida cristiana, la única que puede darnos la auténtica felicidad en medio de las oscuridades y tormentas de esta vida, seguros de que “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman” (1 Cor 2,9).

Unidos en esa gran Esperanza, con mi bendición,

Firma del Director

La voz del director

Por:
P. Luis Fernando de Prada