Cuando todo nos sale bien y parece que el exito viene a sonreirnos acabamos por creer que somos dueños absolutos de nuestro destino. Olvidamos a Dios y nos fabricamos idolillos como la riqueza, la belleza, etc., y nos abandonamos. Solo cuando llegan los problemas, el dolor y los fracasos nos damos cuenta de nuestra pequeñez y nos volvemos a Dios.
El dolor es el gran educador que nos lleva a descubrir la importancia de nuestra cercania a Dios