“El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo” (Jn 1,9)

Sí, “en Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Jn 1,4), pues “por la entrañable misericordia de nuestro Dios”, nos ha visitado “el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lc 1,78s).

Sin embargo, aunque “la luz brilla en la tiniebla, la tiniebla no lo recibió”. Es el drama de este mundo que se hizo por medio del Verbo, y “el mundo no lo conoció; vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre” (Jn 1,5ss).

En su nombre creyeron los pastores, que “contaron lo que se les había dicho de aquel niño, y todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores” (Lc 2,17s). Siguiendo la luz de la estrella, creyeron también en Jesús los Magos de Oriente, que vieron “al niño con María, su madre” (Mt 2,11). Así lo haría siglos después San Francisco de Asís, que en 1223 organizó el primer Belén viviente, para transmitir a través de su representación el misterio del Amor del Salvador. Tres siglos después, San Ignacio de Loyola nos propondría contemplar en sus Ejercicios Espirituales cómo el Creador del Universo nació “en suma pobreza, y al final de tantos trabajos, de hambre y sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí”.

Y tú y yo, que hemos recibido inmerecidamente ese don inefable de la fe y la filiación divina, ¿daremos testimonio de esa luz, y la transmitiremos con nuestra vida, palabras y obras, a los que el Señor ponga en nuestro camino?

Es lo que intenta hacer Radio María, extendiendo a través de sus ondas el mensaje de los Ángeles de Belén: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”.

¡¡Os deseamos a todos una santa y feliz Navidad y Año Nuevo bajo la Luz del Amor de Cristo!!