“No nos cansemos de hacer el bien” (Gal 6,9)

«El ayuno prepara el terreno, la oración riega, la caridad fecunda» (Papa Francisco)

La voz del director

Por:
P. Luis Fernando de Prada

Con los ojos fijos en Jesucristo, “no nos cansemos de hacer el bien”.

El Señor nos ha concedido una nueva Cuaresma. Un tiempo que nos invita a contemplar al Señor Jesús, especialmente en los misterios de su Pasión, pero con la certeza de su victoria en la Pascua, cuyo fruto será la comunicación del Espíritu Santo a todos los que se abran a su amor redentor. Para ayudarnos a vivir este tiempo cuaresmal, el Papa Francisco nos ha ofrecido un bello mensaje, basado en estas palabras de S. Pablo:

«No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos» (Ga 6,9-10a)

Un mensaje donde el Papa nos habla de la siembra, recordándonos, ante todo, que el primer agricultor es Dios mismo, que generosamente sigue derramando en la humanidad semillas de bien. Si esta Cuaresma acogemos su Palabra “viva y eficaz” (Hb 4,12), su gracia irá haciendo fecunda nuestra vida. «Si esto ya es un motivo de alegría, aún más grande es la llamada a ser “colaboradores de Dios” (1 Co 3,9), utilizando bien el tiempo presente para sembrar también nosotros, obrando el bien».

¿Y la cosecha? Un primer fruto del bien que sembramos «lo tenemos en nosotros mismos y en nuestras relaciones cotidianas, incluso en los más pequeños gestos de bondad». Es consolador recordar que, en realidad, sólo vemos una pequeña parte del fruto de lo que sembramos, ya que “uno siembra y otro cosecha” (Jn 4,37), y así participamos en la magnanimidad de Dios, iniciando procesos cuyos frutos serán recogidos por otros. Sembrar el bien para los demás «da a nuestras acciones el amplio alcance de la gratuidad, introduciéndonos en el maravilloso horizonte de los benévolos designios de Dios».

No olvidamos que la siega fundamental es la escatológica, la del día sin ocaso. El fruto completo de nuestra vida será el “fruto para la vida eterna” (Jn 4,36), nuestro “tesoro en el cielo” (Lc 18,22).

Frente a la amarga desilusión por tantos sueños rotos, con la consiguiente tentación de encerrarnos en el egoísmo y la indiferencia ante el sufrimiento de los demás, la resurrección de Cristo anima las esperanzas terrenas con lo que Benedicto XVI llamaba “la gran esperanza”: Dios y la vida eterna. Solo con los ojos fijos en Cristo resucitado podremos acoger la exhortación del Apóstol: “No nos cansemos de hacer el bien”.

Una exhortación que Francisco desdobla en varios aspectos: No nos cansemos de orar, pues es necesario “orar siempre sin desanimarse” ( Lc 18,1). No nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida; el ayuno cuaresmal fortalecerá nuestro espíritu para la lucha contra el pecado. No nos cansemos de pedir perdón en el sacramento de la Penitencia, sabiendo que Dios nunca se cansa de perdonar. No nos cansemos de luchar contra la concupiscencia, esa fragilidad que nos impulsa hacia el egoísmo y a toda clase de mal. No nos cansemos de hacer el bien en la caridad activa hacia el prójimo: «La Cuaresma es un tiempo propicio para buscar -y no evitar- a quien está necesitado; para llamar -y no ignorar- a quien desea ser escuchado y recibir una buena palabra; para visitar -y no abandonar- a quien sufre la soledad».

Pidamos, pues, a Dios la paciente constancia del agricultor para no desistir en hacer el bien, un paso tras otro. «Quien caiga, tienda la mano al Padre, que siempre nos vuelve a levantar. Quien se encuentre perdido, engañado por las seducciones del maligno, que no tarde en volver a Él, que “es rico en perdón” (Is 55,7)». Recordemos las armas cuaresmales: «El ayuno prepara el terreno, la oración riega, la caridad fecunda».

Un profundo mensaje para todos, y que nos ha hecho pensar en lo que ocurre en Radio María: a través de ella, el divino Sembrador esparce la semilla de su Palabra, que da abundantes frutos, de los cuales solo conocemos una pequeña parte; una siembra en la que pide la colaboración de tantos voluntarios y bienhechores que entregan generosamente su tiempo, talentos y bienes, sin buscar más recompensa que la alegría de saber que en Dios «no se pierde ningún acto de amor, por más pequeño que sea». Una tarea en la que, en medio de no pocas dificultades, el Señor nos da la fuerza para no cansarnos, particularmente a través de la oración. Fortaleza que pedimos especialmente para los que tanto están sufriendo en Ucrania, donde Radio María está sosteniendo la esperanza de sus gentes, así como en otros conflictos de nuestro mundo tan herido.

En esta Cuaresma intensificamos los espacios en que podremos recibir una siembra más abundante de esos medios sobrenaturales (oración, meditación de la Palabra, reflexiones cuaresmales, ejercicios espirituales…). Y acudimos con mayor insistencia a la Virgen María, pidiéndole, con palabras del obispo S. Manuel González, y en la línea del mensaje del Papa, que no nos cansemos:

¡Madre Inmaculada! ¡Que no nos cansemos! ¡Madre nuestra! ¡Una petición! ¡Que no nos cansemos!
Si, aunque el desaliento por el poco fruto o por la ingratitud nos asalte, aunque la flaqueza nos ablande, aunque el furor del enemigo nos persiga y nos calumnie, aunque nos falten el dinero y los auxilios humanos, aunque vinieran al suelo nuestras obras y tuviéramos que empezar de nuevo… ¡Madre querida!… ¡Que no nos cansemos!
Firmes, decididos, alentados, sonrientes siempre, con los ojos de la cara fijos en el prójimo y en sus necesidades, para socorrerlos, y con los ojos del alma fijos en el Corazón de Jesús, que está en el Sagrario, ocupemos nuestro puesto, el que a cada uno nos ha señalado Dios.
¡Nada de volver la cara atrás!
¡Nada de cruzarse de brazos!
¡Nada de estériles lamentos!
Mientras nos quede una gota de sangre que derramar, unas monedas que repartir, un poco de energía que gastar, una palabra que decir, un aliento de nuestro corazón, un poco de fuerza de nuestras manos o en nuestros pies, que pueden servir para dar gloria a Él y a Ti, y para hacer un poco de bien a nuestros hermanos…
¡Madre mía, por última vez! ¡Morir, antes que cansarnos!

Con mi bendición,

Firma del Director

La voz del director

Por:
P. Luis Fernando de Prada