Peregrinos de la Esperanza que nació en Belén
El rincón del director
P. Luis Fernando de Prada
En la Bula de convocatoria del Jubileo del año 2025, Spes non confundit, el Papa Francisco recuerda estas palabras de San Pablo:
Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. […] Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado (Rm 5,1-2.5).
El Papa comenta que “la esperanza nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz” (n. 3). Un Corazón formado en el seno de la Inmaculada Virgen María, que latiría con amor divino-humano en el pesebre de Belén, en el exilio a Egipto, en la vida oculta de Nazaret, en el ministerio público del Señor y en su Pasión, hasta dejar de latir al morir en la cruz y ser traspasado por la lanza del soldado. Recordemos lo que nos enseña al respecto el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 478):
Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: «El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2,20). Nos ha amado a todos con un corazón humano.
Este es el sólido fundamento de nuestra esperanza. Más allá del “pienso luego existo” cartesiano, o el “siento luego existo” posmoderno, el cristiano proclama con inmensa alegría: “soy amado, luego existo”. Lo cual no significa que en la vida cristiana no haya dificultades. Dios no puso las cosas fáciles a la Sagrada Familia. Tampoco quitó sufrimientos a San Pablo, que sabía que “la vida está hecha de alegrías y dolores, que el amor se pone a prueba cuando aumentan las dificultades y la esperanza parece derrumbarse frente al sufrimiento. Pero en tales situaciones, en medio de la oscuridad se percibe una luz; se descubre cómo lo que sostiene la evangelización es la fuerza que brota de la cruz y de la resurrección de Cristo” (Spes…, 4). Por ello, añade Francisco, la esperanza está estrechamente ligada con otra virtud, la paciencia. Y este entretejido de esperanza y paciencia muestra cómo la vida cristiana es un camino hacia la meta: el encuentro con el Señor.
Preparémonos al encuentro con ese Jesús que, hecho niño, nos espera en Belén. Contamos para ello con el Adviento, tiempo por excelencia para cultivar la esperanza, sobre la que bellamente escribió Charles Péguy en El pórtico de la segunda virtud:
La esperanza no camina por sí misma. Para esperar, hija mía, hace falta ser feliz de verdad, hace falta haber obtenido, recibido una gran gracia.
La fe es fácil y no creer sería imposible. La caridad es fácil y no amar sería imposible. Pero esperar es lo difícil. Y lo fácil y la inclinación es a desesperar y es la gran tentación.
La pequeña esperanza avanza entre sus dos hermanas mayores y no se la toma en cuenta.
Por el camino ascendente arenoso, difícil. Arrastrada, colgada de los brazos de sus dos hermanas mayores, que la llevan de la mano, la pequeña esperanza avanza. Y en medio entre sus dos hermanas mayores aparenta dejarse arrastrar. Como una niña que no tuviera fuerza para andar.
Y a la que se arrastraría por esa senda a pesar suyo. Y en realidad es ella la que hace andar a las otras dos. Y las arrastra. Y hace andar a todo el mundo. Y lo arrastra. Porque sólo se trabaja por los niños. Y las dos grandes no andan sino por la pequeña.
Sí, caminemos en este Adviento arrastrados por la esperanza, y preparémonos también para hacerlo en el próximo año 2025, en el que “los peregrinos de esperanza recorrerán caminos antiguos y modernos para vivir intensamente la experiencia jubilar” (Spes…, 5).
Una peregrinación que podrás hacer en compañía de esta Radio, uno de cuyos lemas es la fuerza de la esperanza. Para ello contamos con tu ayuda, en nuestra habitual Campaña de Adviento y Navidad, para extender, con tu testimonio, voluntariado, donativos y oraciones, esta emisora a través de la cual el Espíritu Santo sigue esparciendo las semillas de la fe. Una fe viva que germina en la esperanza que no defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos del amor eterno. Tú también, querido lector y oyente, como los pastores y los magos de Belén, estás llamado a peregrinar hacia Cristo, y, bajo el amparo de la Reina de la Paz, vida, dulzura y esperanza nuestra, a ser testigo y misionero de la Buena Noticia: soy amado, luego existo, creo, espero y amo.
Con mi bendición, te deseo un… ¡santo y feliz Adviento!
La voz del director
P. Luis Fernando de Prada