Estamos en plena cuaresma, tiempo de gracia muy especial, en el que Dios Nuestro Señor nos llama a la conversión de un modo especial, porque la conversión es una obra de toda la vida… nos llama a volver la mirada a Él. Resuena en nuestros corazones las palabras del profeta Joel que leíamos el miércoles de ceniza: “Ahora, oráculo del Señor, convertíos a mí de todo corazón”. No sé por qué tenemos la concepción, la percepción que la cuaresma es un período triste, apagado, esos períodos que nos nos gustan… pero la cuaresma es un tiempo de especialísimo en el que el Señor nos concede para reflexionar y volver la mirada a él, qué puede haber más grande, qué puede ser mejor que caminar por donde Dios quiere y espera de mí… Por ello, la cuaresma es un tiempo de gracia para decirle al Señor que es importante para cada uno de nosotros, que le queremos, que queremos amarle cada día más y que queremos amar al prójimo como él nos ama.
Ahora bien, a simple vista parece sencillo e incluso fácil ya sabéis que “del dicho al hecho hay un trecho”. Por ello, tenemos unos medios que la iglesia como madre y maestra nos enseña para vivir mejor estos días de gracia: Oración, ayuno y limosna.