Un verano lleno de alegría y paz

Alegraos siempre en el Señor.

La voz del director

Por:
P. Luis Fernando de Prada
07-07-2022

Hace cerca de medio siglo, durante el Año Santo de 1975, el Papa S. Pablo VI publicó una preciosa exhortación apostólica sobre la alegría cristiana, Gaudete in Domino.

En ella nos hablaba de la alegría que desea todo ser humano, puesto que «poniendo al hombre en medio del universo, que es obra de su poder, de su sabiduría, de su amor, Dios dispone la inteligencia y el corazón de su criatura al encuentro de la alegría y a la vez de la verdad». Explicaba también el Sumo Pontífice que existen diversos grados en la alegría, cuya expresión más noble es la felicidad en sentido estricto, cuando el hombre encuentra su satisfacción en la posesión de un bien conocido y amado. De esta manera «el hombre experimenta la alegría cuando se halla en armonía con la naturaleza y sobre todo la experimenta en el encuentro, la participación y la comunión con los demás». Con mayor razón conoce la alegría y felicidad espirituales cuando su espíritu experimenta de alguna manera la alegría del Dios Creador.

Sin embargo, añadía el Papa, esa alegría es siempre imperfecta y quebradiza, pues constantemente experimentamos la distancia inmensa que separa la realidad siempre limitada del deseo de infinito del corazón humano. Por ello, Pablo VI sugería remedios de tres clases para lograr una felicidad más sólida y profunda.

En primer lugar, potenciar la acción solidaria de los hombres para procurar un mínimo de justicia y bienestar a los pueblos más necesitados. Ello dispone a la alegría para quien da y para quien recibe, porque, como dijo Jesús, “hay más gozo en dar que en recibir” (Hch 20,35). En un segundo plano, el Papa que clausuró el Vaticano II animaba a «un esfuerzo paciente para aprender a gustar simplemente las múltiples alegrías humanas que el Creador pone en nuestro camino: la alegría exultante de la existencia y de la vida; la alegría del amor honesto y santificado; la alegría tranquilizadora de la naturaleza y del silencio; la alegría a veces austera del trabajo esmerado; la alegría y satisfacción del deber cumplido; la alegría transparente de la pureza, del servicio, del saber compartir; la alegría exigente del sacrificio…».

Finalmente, el Romano Pontífice se situaba en el plano estrictamente sobrenatural invitando a las fuentes de la alegría cristiana, que, preanunciada en el Antiguo Testamento, está vinculada a la venida y presencia de Cristo: un gozo anunciado a la Virgen María, proclamado por Ella en el Magnificat, cantado por los ángeles de Belén, que llenaba el Corazón de Jesús en su vida humana, que Él mostraba unido a la pobreza, sufrimiento y persecución en las bienaventuranzas, una síntesis misteriosa de alegría en medio del dolor y de vida que triunfa sobre la muerte, plasmada definitivamente en el Misterio pascual. Es la paradoja de la condición cristiana:

Ni las pruebas, ni los sufrimientos quedan eliminados de este mundo, sino que adquieren un nuevo sentido, ante la certeza de compartir la redención llevada a cabo por el Señor y de participar en su gloria. Por eso el cristiano, sometido a las dificultades de la existencia común, no queda reducido a buscar su camino a tientas, ni a ver la muerte el fin de sus esperanzas. En el anuncio gozoso de la resurrección, la pena misma del hombre se halla transfigurada, mientras que la plenitud de la alegría surge de la victoria del Crucificado, de su Corazón traspasado, de su Cuerpo glorificado, y esclarece las tinieblas de las almas.

Es la alegría que han vivido los santos. Pablo VI quiso destacar especialmente en ese documento  la alegría de tres de ellos, S. Francisco de Asís, Sta. Teresa de Lisieux, y S. Maximiliano Mª Kolbe. Y, por supuesto, antes que todos ellos, la de la Stma. Virgen María, que junto con Cristo, «recapitula todas las alegrías, vive la perfecta alegría prometida a la Iglesia: Mater plena sanctae laetitiae y, con toda razón, sus hijos de la tierra, volviendo los ojos hacia la madre de la esperanza y madre de la gracia, la invocan como causa de su alegría: Causa nostrae laetitiae».

Es la alegría que Radio María quiere extender a través de sus ondas en todo momento, también en estos meses veraniegos, que pueden ofrecernos más oportunidades de acercarnos a esas fuentes del gozo de que hablaba Pablo VI: mayor contacto con la naturaleza, con los familiares y amigos, con los necesitados…, siempre desde la confianza que brota del amor incondicional de Dios, de la oración como trato de amistad con Él y del conocimiento de su Palabra, que esta radio difunde, con la ayuda de tantos colaboradores, voluntarios y bienhechores, a los que deseamos un tiempo veraniego bajo el manto de María, Causa de nuestra alegría.

Con mi bendición,

Firma del Director

La voz del director

Por:
P. Luis Fernando de Prada