Vivir extraordinariamente lo ordinario

"Con mi oración y mi trabajo, sufrimientos y alegrías de hoy, para que venga a nosotros tu Reino"

La voz del director

Por:
P. Luis Fernando de Prada
12-09-2022

El inicio de un nuevo curso tras el verano nos hace pensar en retomar o continuar las actividades habituales en el ámbito doméstico, estudiantil, profesional, pastoral…, con sus momentos mejores y peores, quizás con problemas económicos, familiares, médicos, de convivencia, etc., todo lo cual puede generarnos un cierto desánimo, apatía y rechazo a lo que podemos ver como rutina diaria.

Tengamos o no ahora estos sentimientos, puede ser un buen momento para recordar el valor sobrenatural de la vida sencilla y ordinaria. En este mundo que se deslumbra ante influencers y estrellas de corta duración, los cristianos sabemos que el Hijo de Dios hecho hombre, que realizó la mayor gesta de amor de la historia, y su Madre, la bendita entre todas las mujeres, tuvieron la mayor parte de su vida terrena una existencia y trabajo sumamente sencillos, junto a San José, en Nazaret, una insignificante aldea galilea. El Señor quería enseñarnos así que lo importante no es lo que hacemos, sino el corazón con que lo hacemos, pudiendo todos realizar de manera extraordinaria lo aparentemente ordinario.

En efecto, Jesús no solo nos salvó con su Pasión, Muerte y Resurrección, sino con toda su existencia humana; y no solo nos dio sus enseñanzas en su Vida pública, sino con el ejemplo de su Vida oculta en familia, oración y trabajo, todo ello vivido con un Corazón redentor, ofrecido en amor al Padre por sus hermanos, los hombres. De no ser así, hubiera abandonado mucho antes esa vida oculta, para adelantar su predicación, milagros y entrega sacrificial. Y así el Señor nos enseñaba también a ofrecer nuestras vidas por la extensión de su Reino, como hacemos en el tradicional ofrecimiento de obras del Apostolado de la Oración (Red Mundial de Oración por el Papa), que rezamos cada mañana en Radio María ligeramente adaptado:

Ven, Espíritu Santo, inflama nuestro corazón en las ansias redentoras del Corazón de Cristo, para que ofrezcamos de veras nuestras personas y obras, en unión con Él, por la Redención del mundo.

Señor mío y Dios mío Jesucristo: por el Corazón Inmaculado de María, me consagro a tu Corazón, y me ofrezco contigo al Padre en tu santo sacrificio del altar; con mi oración y mi trabajo, sufrimientos y alegrías de hoy, en reparación de nuestros pecados, y para que venga a nosotros tu Reino.

Te pido en especial: por el Papa y sus intenciones, por nuestro obispo y sus intenciones, por nuestro párroco y sus intenciones, por Radio María y sus necesidades.

Tras la muerte del famoso obispo alemán de Maguncia, Mons. Ketteler (1811-1877), se supo lo siguiente: De familia noble y acomodada, cuando era un joven de dieciocho años no pensaba más que en divertirse. Una noche, mientras estaba bailando, de repente vio el rostro de una monja que rezaba por él y miraba fijamente su alma. Impresionado, se marchó del baile. También él se miró a sí mismo y encontró su vida vacía. ¿Qué querrá Dios de mí?, se preguntaba. Poco después ingresaba en un seminario, se ordenó sacerdote, y unos años después, fue consagrado obispo, con una actividad muy fecunda.

En uno de sus viajes, Mons. Ketteler celebró la Santa Misa en un convento de religiosas. Al darles la Comunión, se conmovió profundamente; a duras penas pudo acabar la celebración eucarística. Antes de marcharse manifestó a la superiora su deseo de saludar a todas las religiosas. Fue hablando con cada una de ellas; al final, preguntó si faltaba alguna. Y la superiora le respondió que solo faltaba la que cuidaba el establo, la cocina… El obispo dijo que quería despedirse también de ella.

Cuando la vio, le preguntó si rezaba mucho. Y ella, con gran sencillez, le respondió: «No puedo rezar mucho, porque siempre estoy ocupada. Lo que sí hago es ofrecer el trabajo del día. Y, para estar más atenta, ofrezco la primera hora del día por el Papa; la segunda, por los padres de familia; la tercera por los obispos…, y la última del día, cuando mayor es el cansancio, por los jóvenes a quienes Dios quiere sacerdotes, para que respondan con generosidad». El obispo la animó a seguir ofreciendo así su vida, oración y trabajo por la Iglesia.

Cuando la hermana se marchó, Mons. Ketteler le contó a la superiora: «Al dar la Comunión reconocí en esta monja el rostro que aquel joven frívolo vio cuando bailaba. Ese joven es el obispo que ahora está hablando con Ud. No se lo diga a ella, para que su ofrecimiento tenga el valor de la pura fe; ya verá en el Cielo los frutos de su trabajo, ni cuente esta historia hasta mi muerte».

En efecto, ante el Señor no hay ninguna vida inútil ni anodina. Ni la de esa monja que se ocupaba de las tareas más humildes del convento, y cuyo ofrecimiento orante fue decisivo para la vocación del obispo, ni la tuya, querido miembro de la familia de Radio María. Todo lo que el Señor dispone en nuestra vida es providencial para nuestra santificación y colaboración a su obra redentora. Lo importante es que lo vivamos ofrecidos y unidos a Él, intensificando la amistad con Cristo en todos los momentos del día y la noche.

Para ayudarte a ello, sabes que puedes contar, un curso más, con la compañía y ayuda de Radio María. Nosotros no dudamos de contar también con la tuya.

Unidos en Jesús, María y José, con mi bendición,

Firma del Director

La voz del director

Por:
P. Luis Fernando de Prada