P. Alfonso del Río. Cuentan que, terminada la primera guerra mundial, un famoso médico enfermó gravemente debido, sobre todo, a su muy precaria alimentación. Uno de los enfermos que había sido tratado por aquel le envió una hogaza de pan, pero el doctor prefirió dársela a uno de sus enfermos. Esto fué el principio de una cadena de desprendimiento y amor que hizo dar vueltas a la hogaza por cantidad de enfermos y necesitados.
Cristo, en la vispera de su entrega para la salvación del mundo, anticipó ese amor extremo y lo condenso en la Eucaristía. Quiso entrar en nosotros para cambiar nuestro c orazón por el suyo y así fuesemos continuadores de la cadena de amor que Él comenzo, para que fuesemos su presencia viva en medio del mundo. Hagamos de la misa nuestra vida, y de nuestra vida una prolongación de la misa. Seamos así de Cristo, para siempre de Cristo y solamente de Cristo.