El P. José Antonio nos recuerda el hecho acaecido en 1922 en que nueve mineros quedarón encerrados por un desprendimiento. Ocho eran incredulos, pero el único cristiano les animo a confiar en Dios, aunque no tuvieran ni agua, ni alimentos durante ocho días. Por fin fueron rescatados, y el espectaculo fue precioso, los ocho ateos se arrodillaron ante el creyente por la esperanza que les había transmitido, e hicieron una real profesión de Fe.
Hoy en día no suele pasar así. Cuando llega la tribulación y el sufrimiento protestamos, renegamos, pero no nos apoyamos en la fe en Dios.
Por el dolor se puede llegar a la fe, y por la cruz a la luz.