Sentado a la mesa con sus discípulos, Jesús celebra la cena pascual y en ella instituye la Eucaristía. En el pan y en el vino que se convierten en su cuerpo y sangre, Jesús anticipa su pasión y su muerte, culmen de toda su vida, una vida donada en favor de todos los hombres. Al relato de la Eucaristía le sigue la negación de Pedro, descrita con toda su viveza. Sería el propio Pedro quien divulgaría, a través del escrito de su discípulo y evangelista Marcos, la historia de su traición. Así hizo una especie de confesión pública. Quiso que ninguno de los que, a continuación, cayeran como él, desesperasen del perdón. El relato estremecedor de la oración y agonía en Getsemaní nos muestra la tristeza mortal de Jesús, pero a la vez, su confianza plena en el Padre.
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Número de episodios: 25El evangelista recoge algunas de las reacciones que tuvieron lugar antes de la pasión, en la que se incluyen la actitud de los líderes religiosos, el gesto de una mujer hacia Jesús en Betania y la reacción de Judas Iscariote, uno de sus discípulos. Sus actitudes reflejan de forma contrapuesta diferentes posturas radicales de amor y odio hacia Jesús. Así que, mientras unos están buscando la forma de matarle, otros le muestran su amor y agradecimiento. En cuanto a Jesús, hemos de subrayar el hecho de que Él sabe todo lo que va a ocurrir: antes se ha visto ungido para la sepultura, ahora afirma que uno de los suyos le va a traicionar. Aunque el evangelista no desvela sus sentimientos se puede observar que Jesús tiene asumido lo que le va a acontecer, y que en la última cena con sus discípulos va a anticipar instituyendo la Eucaristía.
Antes de abandonar definitivamente el templo, Jesús quiere que los discípulos graben en su memoria la lección que les va a dar. Una pobre viuda que se acerca temblorosa al templo es la que ofrece el mejor ejemplo de lo que quiere enseñarles. Las dos pequeñas monedas que esta mujer echa en el arca de las ofrendas llevan el sello de ese don total que exige el primer mandamiento y que reclama todo verdadero acto de culto. Lo que cuenta es un corazón generoso, desprendido y confiado, ya que Dios no se fija tanto en lo que damos, sino en lo que nos reservamos para nosotros. Las palabras de Jesús que siguen, conocidas como el “discurso escatológico”, animan a los suyos a la fidelidad, al coraje y a la vigilancia en el presente, subrayando el futuro que les aguarda.
Después del enfrentamiento con los fariseos y los herodianos, Jesús tuvo un encuentro con los saduceos, quienes negaban que hubiera otra vida fuera de la que se vive aquí y ridiculizaban la idea de la resurrección. Para ponerlo a prueba, le presentan un caso singular de “ley del levirato” para que exponga su parecer. Jesús va a responder con total clarividencia afirmando una vez más el poder de Dios y el don de la resurrección que otorga y realiza en el ser humano. El diálogo que tiene con un escriba de buen corazón le sirve a Jesús para subrayar el mandamiento principal de la Ley, y a continuación realizar una dura crítica al comportamiento de los escribas poniendo en evidencia su hipocresía y su codicia.
La expulsión de los vendedores del templo fue la tercera acción profética de Jesús cargada de un fuerte simbolismo. Este acontecimiento tendrá una repercusión determinante en el proceso de su condena y muerte. Los sumos sacerdotes y los escribas buscarán la ocasión para eliminarle. Lo pondrán a prueba planteando en los días previos a su pasión una serie de cuestiones importantes ante las que Jesús mostrará su parecer y una vez más su “autoridad”. Saldrá airoso poniendo en evidencia a los que le acosan, pero sus enemigos seguirán adelante en su objetivo, realidad a la que Jesús hace referencia en la parábola de los viñadores homicidas, que es el texto más importante de esta sección.
La petición de los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, provoca indignación en los demás discípulos porque, en el fondo, todos ansían lo mismo. Ninguno de ellos está comprendiendo lo que les está enseñando el mismo Jesús con su vida y su ejemplo. El que sí parece entenderlo es el ciego de Jericó, Bartimeo, que consciente de su ceguera, pide “ver” con aquella luz que le mueva a seguir a Jesús por el camino. La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, cargada de simbolismo, que viene a ser una manifestación mesiánica de Jesús y el episodio de la maldición de la higuera estéril preparan los acontecimientos que van a tener lugar en la ciudad santa de Jerusalén.
Ante la encrucijada que le habían puesto los fariseos planteándole la cuestión del matrimonio y el divorcio, Jesús sitúa el debate en su verdadero horizonte recordándoles la intención originaria del Creador y subrayando la indisolubilidad del matrimonio. Jesús va a recordar, una vez más, que el Reino de Dios es para aquellos que -como niños- confían, se abren y se abandonar por completo a la benevolencia divina. Esta respuesta va a valer tanto para aquella persona que se acercó a Jesús pero que vivía seducido por las riquezas que aprisionaban su corazón, como para Santiago y Juan que, a pesar de haber escuchado el tercer anuncio de la Pasión, siguen buscando puestos de honor y gloria.
Una vez más Jesús va a corregir la actitud de sus discípulos, quienes creían que tenían la exclusiva a la hora de actuar en nombre del Maestro. El mismo Jesús les dice que han de acoger todo bien que se realice, sea quien sea quien lo haga. La equivocada actitud de los discípulos ha de ser corregida de inmediato para evitar que se convierta en un escándalo para los demás y sea un tropiezo para ellos mismos. Sólo así harán posible el crecimiento del Reino de Dios. Es más, cualquier buena acción, por pequeña que sea, no se quedará sin recompensa. Algunos fariseos aprovecharán este momento para poner a Jesús en una encrucijada planteándole un asunto delicado y comprometido, como era el matrimonio y la cuestión del divorcio.
Después de su transfiguración, Jesús continúa su tarea mesiánica de establecer el Reino de Dios, liberando al hombre de todo aquello que lo esclaviza. Si el primer milagro obrado por Jesús fue el exorcismo que Jesús realizó en la sinagoga de Cafarnaúm, ahora también, un importante exorcismo continúa manifestando a Jesús como el Hijo de Dios, Mesías y Profeta a quien hay que escuchar. Jesús les dirá por segunda vez el destino que le espera en Jerusalén, pero sus discípulos siguen sin comprender; la discusión entre ellos de quién es el más importante así lo indica. El gesto de Jesús de abrazar a un niño y ponerlo como ejemplo de quien quiera entrar el Reino de Dios muestra el camino a seguir y que todavía sus discípulos no entienden.
A la confesión de la identidad de Jesús por parte de Pedro sigue de inmediato la precisión de su destino por parte del mismo Jesús. Para los discípulos, el primer anuncio de la pasión y resurrección supuso una enseñanza nueva, algo que hasta ahora nunca habían oído y que nunca habían imaginado. Pedro no comprende este misterioso plan de salvación de Dios a través de un Mesías sufriente, rechazado y muerto, y quiere apartar a Jesús de ese camino. Pero el camino del Maestro será también el camino del discípulo. No se le permite inventar otro diverso. La gloria que Jesús promete a los suyos si permanecen fieles hasta el final se lo va a mostrar en la Transfiguración, donde les dice que, de acuerdo con la Ley los Profetas, la pasión es el camino hacia la resurrección.
Después de los dos últimos milagros realizados por Jesús en territorio no judío, el evangelista nos presenta una segunda multiplicación de panes con el que quiere subrayar el alcance universal de la misión de Jesús y la llamada de los paganos -los venidos de lejos- a la salvación. Jesús, que no se conforma con simpatías o vagas opiniones, exige de los suyos una decidida toma de postura respecto de su persona. Pedro, en nombre de todo el grupo, proclama abierta y certeramente la identidad de Jesús: Tú eres el Mesías.
Después de la multiplicación de los panes y los peces, Jesús ha cruzado a la región de Genesaret, recorriendo pueblos, aldeas y campos, siendo acogido con enorme entusiasmo por la gente sencilla, que busca y encuentra en él la curación de sus enfermedades. Este agradable ambiente se rompe con la llegada de unos fariseos y escribas con los que va a tener Jesús una fuerte discusión por su errónea interpretación de la Ley. Los milagros de la hija de la mujer sirofenicia y del sordomudo, ocurridas en territorio pagano, muestran que la voluntad de Dios es ofrecer la salvación como don gratuito a todos y no como la concebían los doctores de la Ley que, llevados de un legalismo exagerado e intolerante, daban prioridad a lo externo, descuidando lo más importante.
El fracaso en Nazaret no apartó a Jesús de su misión. Siguió adelante en su misión. En estas circunstancias coloca el evangelista el primer envío de los Doce, a quienes se les da unas instrucciones, que conservan su sentido y valor en todo tiempo y lugar. Estas instrucciones pueden reducirse a una: deben ir provistos abundantemente de falta de seguridades. Porque los enviados que confíen más en su propio equipamiento que en la fuerza del mensaje que anuncian perderán su credibilidad. Los milagros realizados por Jesús hacen que su fama llegue hasta Herodes, rey de Galilea, a quien confunde con el Bautista, a quien había decapitado, cuya muerte narra el evangelista. El milagro de la multiplicación de los panes y los peces y su caminar sobre las aguas hacen que sus discípulos conozcan mejor a Jesús.
Si los gerasenos terminaban rogando a Jesús que se marchara del lugar, en la otra orilla del lago, donde había caído ya la semilla de su palabra, hay personas esperándole para pedirle su ayuda. Esto es lo que nos va a contar el evangelista con la curación de la hemorroísa y la resurrección de la hija de Jairo. Tras haber presenciado el milagro de la resurrección, los testigos del mismo deben guardar silencio. El evangelista aprovecha la oportunidad para insistir en el “secreto mesiánico”. Hay que esperar a otra victoria más sublime y reveladora, de la que ésta es signo y anticipo. Será la victoria sobre su propia muerte. Entonces aparecerá tal cual es y podrá divulgarse ya su identidad.
Junto al mar de Galilea, Jesús sigue instruyendo a la gente y a sus discípulos acerca del Reino. A la gente a través de parábolas, y a sus discípulos lo hace con un lenguaje más directo. El evangelista estructura el discurso de Jesús en cinco parábolas: el sembrador, la lámpara, la medida, la semilla que crece por sí sola y el grano de mostaza. Seguidamente, los discípulos reciben ahora una instrucción más eficaz que la palabra. Es la que ofrecen estos milagros, de los que ellos serán únicos testigos, como es la tempestad calmada y el endemoniado de Gerasa.
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