Es costumbre ancestral en la Iglesia Católica dedicar el mes de mayo a celebrar intensivamente el culto a María, la madre de Jesús y, por lo mismo, la Madre de Dios.
Los antiguos griegos dedicaban este mismo tiempo a su diosa de la fecundidad, Artemisa, en tanto que los romanos lo hacían con Flora, la diosa de la vegetación, a la que pedían su intercesión durante la celebración de los juegos florales, a finales de abril.
La devoción y el culto cristiano, solaparon las festividades y celebraciones paganas convirtiéndolas en cristianas y revistiéndolas, cultural y religiosamente, en efemérides de la nueva religión, impuesta desde Teodosio a todo el Imperio, ahora convertido a la fe en la persona de Jesucristo, fundador de la Iglesia para la salvación espiritual de la humanidad creyente.
En el siglo XII se desarrolla el llamado Tricesimun o devoción de 30 días a María, aunque no fue hasta el siglo XVII cuando se desarrolló un mes dedicado expresamente al culto a María, con ejercicios y devociones espirituales diarias en honor a la Madre de Dios. Esta piadosa costumbre se popularizó sobre todo en el siglo. XIX y perdura hasta nuestros días.