Continuamos, en el programa de hoy, con el comentario de la carta de 1 de diciembre de 1935, primer domingo de Adviento. En el programa anterior ya comenzamos el comentario de esta carta, pero hoy queremos destacar una cosa especialmente, la importancia de estar en el último lugar, muy pequeños, para poder encontrarnos con Dios, y hacerlo sin alegrarnos para no dejar al demonio que nos tiente con un poco de soberbia. No es sentir que estamos ahí, sino fiarnos de que Dios está con nosotros, amándonos, en ese último lugar. Pone un ejemplo, el hno. Rafael, hacernos como un granito de sal que se disuelva en el océano infinito del Amor de Dios.
Segunda parte del programa de hoy para seguir comentando la carta antes indicada. Ser humildes para dejarnos hacer por completo por Dios, tanto que solo le dejemos hablar a Él, porque lo importante no soy yo, sino lo que hace Dios en mí y por mí.
Como estamos empezando Adviento, el Hno. Rafael quiere prepararse para vivir de una manera especial el día 8 de diciembre, la festividad de la Inmaculada Concepción de María, y así se lo dice a su tía para hacer algo en común, como hacen con los tiempos de oración en que ambos procuran hacerla al unísono.
Nos introducimos, en esta segunda parte del programa, en el escrito del hermano Rafael titulado “Segundo semestre de 1935”. No se sabe cuándo lo escribió exactamente, pero son oraciones del oficio parvo a la Santísima Virgen María en que se pide su intercesión, por él y por todos los pecadores.
Por último leeremos la dedicatoria que hace a su madre en el oficio parvo, y de fecha 2 de diciembre de 1935. Dice el hermano, entre otras cosas, “Los que somos pequeños necesitamos purificar nuestras intenciones, y eso lo hace la Virgen, haciendo que nuestras humildes suplicas se presentes puras ante el Señor”