Antes de abandonar definitivamente el templo, Jesús quiere que los
discípulos graben en su memoria la lección que les va a dar. Una pobre
viuda que se acerca temblorosa al templo es la que ofrece el mejor
ejemplo de lo que quiere enseñarles. Las dos pequeñas monedas que
esta mujer echa en el arca de las ofrendas llevan el sello de ese don total
que exige el primer mandamiento y que reclama todo verdadero acto de
culto. Lo que cuenta es un corazón generoso, desprendido y confiado, ya
que Dios no se fija tanto en lo que damos, sino en lo que nos reservamos
para nosotros. Las palabras de Jesús que siguen, conocidas como el
“discurso escatológico”, animan a los suyos a la fidelidad, al coraje y a la
vigilancia en el presente, subrayando el futuro que les aguarda.