Ante la encrucijada que le habían puesto los fariseos planteándole
la cuestión del matrimonio y el divorcio, Jesús sitúa el debate en su
verdadero horizonte recordándoles la intención originaria del Creador y
subrayando la indisolubilidad del matrimonio. Jesús va a recordar, una
vez más, que el Reino de Dios es para aquellos que -como niños-
confían, se abren y se abandonar por completo a la benevolencia divina.
Esta respuesta va a valer tanto para aquella persona que se acercó a
Jesús pero que vivía seducido por las riquezas que aprisionaban su
corazón, como para Santiago y Juan que, a pesar de haber escuchado el
tercer anuncio de la Pasión, siguen buscando puestos de honor y gloria.